Linares ha cerrado este domingo un capítulo glorioso de su historia viva. Las Fiestas Ibero-Romanas de Cástulo han llegado a su fin, y lo han hecho como comenzaron: envueltas en esplendor, emoción y memoria compartida. Desde el pasado jueves, la ciudad ha vibrado al ritmo de los antiguos dioses, de los héroes de Cástulo y de las gentes que, siglos después, han vuelto a darles vida entre calles, plazas y corazones.
Todo comenzó con una apertura repleta de actos festivos, culturales y comerciales que inundaron de vida tanto el campamento histórico de la Estación de Madrid como el bullicioso y ambientado paseo de Linarejos, convertidos en escenarios de encuentro, aprendizaje y celebración. Entre tambores, puestos de época y representaciones, Linares volvió a ser Cástulo, con sus tres almas hermanadas: íbera, cartaginesa y romana.
El gran desfile del Triunfo Romano fue, sin duda, el punto álgido de estas jornadas. Una marcha colosal que recorrió el corazón de la ciudad con más de mil participantes ataviados como guerreros, sacerdotisas, músicos y personajes históricos, trasladando al público a épocas donde la gloria se escribía con paso firme y acero templado.
Y cuando parecía que nada podía igualar aquella grandiosidad, la noche del sábado alzó su telón en la Plaza de Toros de Santa Margarita, transformada para la ocasión en un monumental Circo Romano de Cástulo. Bajo las estrellas, con la arena como testigo y las gradas repletas de emoción, se escenificó la fuerza de un pueblo que no olvida su pasado, sino que lo celebra con fuego y alma.
Este domingo, la jornada final mantuvo viva la llama de la historia. Por la mañana, múltiples actividades volvieron a llenar de vida el campamento, entre talleres, música y recreaciones. Y por la tarde, la Plaza del Ayuntamiento se convirtió en un escenario teatral donde el arte y la épica se fundieron, culminando con una obra de gran simbolismo: las bodas de Aníbal e Himilce, una representación que unió en escena y emoción los destinos de Cartago y Cástulo, y con ellos, el alma de todo un pueblo.
Y como dictan los rituales que se respetan con solemnidad, las fiestas finalizaron al caer la noche con el apagado de la llama sagrada, ese fuego que durante días ha sido el corazón ardiente de esta celebración. Con su extinción simbólica, se cierra el ciclo del homenaje y se abre el de la espera. Porque la llama se apaga, sí, pero no muere: duerme en lo más profundo de cada linarense, esperando el momento de volver a arder.
Linares ha demostrado, una vez más, que su historia no está escrita solo en libros, sino en sus calles, en su gente y en su voz. Las Fiestas Ibero-Romanas de Cástulo no son solo un evento: son un acto de amor a la memoria, una afirmación de identidad y una celebración del alma de un pueblo que no se olvida de dónde viene. Hasta el próximo despertar.