El sábado, Linares volvió a convertirse en leyenda. En el marco de las esplendorosas Fiestas Ibero-Romanas de Cástulo, las calles del centro despertaron al eco de los antiguos dioses, transformándose en un escenario donde el tiempo dejó de tener dominio. Fue entonces cuando irrumpió, con toda su fuerza simbólica, el gran desfile de los pueblos que forjaron el alma de nuestra tierra: íberos de corazón indómito, cartagineses de mirada desafiante y romanos de paso firme.

Más de 1.100 almas tejieron un tapiz humano de historia y emoción, recorriendo Linares con la solemnidad de quienes saben que caminan por las huellas de sus ancestros. Con túnicas, cotas de malla, capas bordadas y estandartes que ondeaban como llamas, cada participante encarnó el espíritu de una época que se niega a desvanecerse.

El pueblo se echó a las calles, no solo a mirar, sino a sentir. Porque no fue un desfile cualquiera: fue una invocación colectiva al pasado, una ceremonia compartida donde el bullicio del presente se rindió ante la grandeza del ayer. Sonaron tambores como truenos antiguos, entonaron los cánticos un idioma olvidado por los labios pero recordado por el alma, y los pies marcharon al compás de una historia viva que palpitaba en cada esquina.

Los guerreros avanzaban con la fiereza de quienes defienden su linaje. Las sacerdotisas, con la dignidad de quienes custodian los misterios. Los chamanes, con la sabiduría de quienes dialogan con lo invisible. Los rostros de niños y ancianos, cubiertos por cascos o coronas de flores, eran faros de un orgullo que no entiende de edades.

Nuestro reportaje fotográfico es más que una crónica visual: es un relicario de instantes eternos. Cada imagen captura no solo el color y la forma, sino el alma que habitaba en cada mirada, en cada gesto, en cada paso. Escenografías que recreaban templos, campamentos, foros y rituales se alzaron como espejos del pasado, reflejando la grandeza de unas culturas que convivieron, lucharon y se entrelazaron en la piel de Cástulo.

Y así, Linares no solo celebró, sino que recordó. No solo miró hacia atrás, sino que hizo del ayer una bandera que ondea hacia el porvenir. El desfile no fue solo un homenaje: fue una promesa, un juramento de que la memoria no se entierra, de que el legado no se olvida, de que la historia no es polvo, sino semilla.

Las Fiestas Ibero-Romanas de Cástulo han dejado, un año más, una huella profunda en el corazón de la ciudad, como una cicatriz noble que recuerda que fuimos imperios, fuimos tribus, fuimos llama… y que aún seguimos ardiendo.