El incienso empezó a abrirse paso entre los naranjos cuando la tarde del Domingo de Ramos, aún indecisa por los caprichos del cielo, acabó por inclinarse del lado de la fe. La Hermandad de la Santa Cena Sacramental y Nuestra Señora de la Paz, con el pulso firme y el corazón en vela, decidió esperar una hora. El rumor de la lluvia pocos kilómetros, como si el cielo dudara entre llorar o contemplar en silencio el paso de Dios entre los hombres. Finalmente, se contuvo. Y entonces, Linares volvió a ser Jerusalén.
Desde la majestuosa Basílica de Santa María La Mayor, las puertas se abrieron como un suspiro de esperanza, y el cortejo comenzó su caminar. Sobre su paso, el Señor Jesucristo reunido con los suyos en el misterio eterno de la Última Cena, obra del imaginero Víctor de los Ríos, avanzaba con solemnidad, mientras resonaban los sones de la Banda de Cornetas y Tambores “Nuestro Padre Jesús Nazareno” de Torredonjimeno. En cada nota, el recuerdo del primer Sacramento, del pan compartido, de la entrega infinita.
Tras Él, la dulzura serena de Nuestra Señora de la Paz, tallada por las manos de Luis Álvarez Duarte, caminaba envuelta en azahares y miradas que buscaban consuelo. El palio, que este año estrenaba la candelería ya finalizada, era un mar de cera encendida, como oraciones convertidas en luz, como promesas que arden en silencio. Treinta costaleros llevaban en volandas la calma de su rostro, mientras la Banda de Música “Nuestra Señora de la Paz” de Linares tejía un manto sonoro de marchas, emociones y recuerdos.
El cortejo avanzó con solemnidad por las calles del centro y el casco antiguo, bordando con paso firme las piedras de una ciudad que sabe guardar silencio cuando pasan sus cofradías. No hubo prisa, no hizo falta. Cada esquina fue un altar improvisado, cada mirada un rezo contenido. Y cuando la Virgen inició su ascenso hacia Santa María, el pueblo, sobrecogido, supo que la Paz no es un concepto: es Ella.
Abría el cortejo la Banda de Cabecera de la Santa Cena Sacramental, anunciando que lo sagrado tomaba cuerpo entre capirotes y capas bordadas. Este año, además, se ha recordado un cambio técnico en la estructura del paso, pues el año pasado se renovaron la dirección y los frenos, respetando con cariño el arpón original, símbolo de fidelidad a lo auténtico.
Con 430 hermanos, bajo el amparo del Hermano Mayor José Antonio Yebra Beneito, la Hermandad ha sabido vencer al tiempo, al miedo y al cielo incierto. Ha salido. Ha caminado. Ha regresado. Y lo ha hecho con la dignidad y la emoción que solo regalan los cofrades que saben esperar cuando todo parece temblar.
Porque si en Linares hay un día donde el pan se parte y el alma se llena, ese día es el Domingo de Ramos. Y esa cofradía es la Santa Cena.