Caminaba por el paseo de Linarejos a eso de las nueve de la noche, cuando una mujer se me acerca a pedirme fuego. Me dio las gracias y me pidió un beso en la mejilla.
Total, una situación que de no ser por la tremenda carga de miseria personal que allí vi, me hubiese parecido surrealista.
Enseguida me acordé del libro titulado “Jesús, Aproximación Histórica” de José A. Pagola, en el que hace un canto supremo a la dignidad de la mujer desde el Nuevo Testamento, hasta nuestros días.
Sobreponiéndome a la situación, le di un par de besos en las mejillas.
La mujer, no se creía que la hubiese besado. Me pidió el beso con tanto afecto y bondad, que no me pareció ético negárselo.
Cuánta falta de afecto y cuánto desamor se ve en la calle, sobre todo en estos días, en que la soledad impuesta se manifiesta ostensiblemente de la forma más brutal e inhumana.
Ahí se da uno cuenta de que Dios está especialmente en los más necesitados, encarnado en la mismísima desdicha, en el mismo sufrimiento humano, que resulta degradante para quien la soporta.
Porque hay dos formas de vivir la soledad. Una es la soledad buscada que a veces resulta necesaria para una introspección personal, convirtiéndose en un viaje a nuestro propio interior para llegar a saber como somos realmente, para llegar a conocernos en profundo silencio y así poder dar más al otro.
La segunda es la soledad impuesta, que hiere el alma, arrancándonos jirones de humanidad y a veces embruteciéndonos irremediablemente.
Esta mujer sufría este tipo de soledad, que en la mayoría de las veces provoca el rechazo de los demás.
No me arrepentí de haberla besado; no me arrepentí de escuchar sus desgracias, es más me fui con una gran pena como ser humano.
Jesús mira de forma diferente a las mujeres y ellas lo captan.
La mujer en aquella época era lo más bajo de la sociedad junto con los niños. Hoy la mujer no ha alcanzado las cotas igualitarias que este mundo exige, porque todavía vivimos en un mundo deshumanizado, donde el varón se transforma en macho, rompiendo el equilibrio igualitario entre hombre y mujer.
Vivimos todavía en una sociedad patriarcal en la que las mujeres no son especialmente visibles.
Si la mujer que todavía es invisible a los ojos del hombre, es además, pobre y prostituta, se convierte en una suerte de ser al que se ignora, se rechaza, se veja o se mata.
Por eso, Jesús no se encierra en un lenguaje androcéntrico, que todo lo considera desde la perspectiva del varón.
Jesús se coloca en el lugar de las mujeres y las hace protagonistas de muchas de sus parábolas. Hoy el mundo ha avanzado en cuanto a derechos de igualdad, en cuanto a realidades de complementariedad, pero sigue siendo insuficiente, sobre todo si una mujer es pobre y prostituta, que se utiliza para un rato y después se tira como un trapo sucio.
Sólo cuando el hombre cambie en su estructura mental y deje de pagar por algo que tendría que ser natural y verdadero en un contexto de amor y respeto, habremos empezado a introducir desde esta óptica la igualdad en el mundo. Quizá sea una utopía, pero muchos luchamos por ella.

Que sean moderadamente felices.