No creo que me haya vuelto loco con lo que te voy a narrar. Lee atentamente, y obtén, con mente muy abierta, tus propias conclusiones.

Pero antes de contarte esta singular historia, quiero llamarte la atención sobre la hornacina, que se halla enmarcada en la pequeña espadaña, donde aparece una joven y bella patrona minera, Santa Bárbara. Aquella, que fue encerrada en alta y parda torre, por su padre Dioscóreo, el fulminado por un rayo, por intentar mantenerla fuera del alcance de las miradas pecaminosas, sufriendo, sin respiro, sus penas como mártir.

Antes de que ella apareciera en piedra quedó marcada una curiosa leyenda. Reza en ella, la voluntad de un Papa por la fuerza de un obispo, concediéndoles con cuaresma perdonada, a los ya maltrechos mineros, el derecho con una Bula para comer, quien pudiera, carne todo el año.

Ya que quedó he escrito y en piedra olvidado, disponte a hendir en tu entendimiento, lo que te voy a contar.

Dos años antes de que Carlos III fuese rey, aquel monarca que vistió de paisano para ser fielmente pintado, se funda esta morada como Casa de Munición (1757), propiedad del Estado. En la misma década, se constituye, por parte de la Hacienda de la Nación, La Compañía Arrayanes, dedicada a la explotación y manufactura de la galena, pirita, malaquita y calcopirita. Es decir: plomo, hierro y cobre.

Carlos III, ilustrado soberano, colonizó todo el Sur de Sierra Morena, roturando baldías tierras y dehesas, perforando hoyos y antiguas rafas con presteza. Como buen Borbón, estableció una alianza con el origen de su sedosa cuna, Francia. En la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos, intervino, junto al país gabacho, contra la que ayer fue dueña del mundo, Gran Bretaña. En apoyo a la emancipación, allende los mares, de las trece colonias británicas.

Como quiera, que, en su origen, la escopeta era un arma que al disparar lanzaba un haz de proyectiles de plomo. Y que España puso al servicio de La Alianza su incipiente industria minera, de las cuales pocas existían en la belicosa Europa Central. Los jóvenes rebeldes, al son de flautín y tamboril, de ese país que despierta, quienes se enfrentan a los organizados y siempre serios casacas rojas británicos, llevaban en sus zurrones plomo linarense.

La otra emancipación ante quien oprime, nos queda al lado de casa. En unos llanos de vides, adobes y tierras abrasadoras. La Batalla de Bailén.

Esta se libró durante la Guerra de la Independencia Española. Suponiendo la primera gran derrota en batalla campal de la historia del ejército napoleónico. Tuvo lugar el 19 de julio de 1808, fecha más que calurosa, para unos ejércitos extranjeros habituados a luchar sobre la nieve. Frente a frente; guerrillas en la retaguardia; cabras tiradas a los pozos. Huestes francesas, al mando del orondo general Dupont, tropas españolas, a las órdenes del famélico general Castaños, aquí, en esta abierta campiña, se midieron.

El arma empleada fue el trabuco, que disparaba proyectiles múltiples de plomo. Y como suele decirse, la casa donde se fabricaban estaba muy cerca. Podemos concluir, con orgullo y con un poco de osadía histórica, que esta modesta fábrica y hacienda, situada al lado del, eterno en su remodelación, Ayuntamiento, influyó decisivamente en la libertad de dos naciones.