Realizando un viaje al corazón de la hermenéutica, esto es a la interpretación de los libros sagrados, tanto en el cristianismo como en cualquier otra religión, podremos observar los distintos modos que el ser humano tiene de acercarse a su “Dios” a través de las imágenes que le hacen “re-ligar”, permitiéndole ponerse en contacto “con”, para vivir y practicar su religión.

En la mayoría de las religiones se ha necesitado de las imágenes para hacer más fácil el acercamiento entre el ser Creador y el ser creado. Los términos ídolo e icono, expresan igualmente lo mismo, porque ambos hacen referencia a las “imágenes”.

No obstante un análisis algo más profundo no sólo de la etimología de estas palabras, sino de la realidad actual, nos llevará a concepciones totalmente diferentes en ambas.

El ídolo (eidos), se nos presenta como una imagen definida y definidora, envolvente, estática y con posibilidad de poseerse, pudiendo contener en algunas ocasiones una carga fuertemente dogmática.
Sin embargo el icono (eikón), se nos ofrece como algo hecho sólo de trazos, que tan sólo proponen, insinúan, abren la realidad contemplativa hacia algo más allá de lo que simplemente representa, y puede llegar a situarnos en espacios de libertad. ( Un ejemplo de figuración o representación icónica, se da en la iglesia cristiana- ortodoxa).

Existen también otras religiones como la musulmana e incluso algunas cristianas, que se caracterizan por la ausencia total de imágenes, de ídolos o iconos. Estas religiones viven y sufren sus propias contradicciones como todas las demás. Cualquier religión elaborará ambos tipos representación en función de una determinada necesidad de referentes, para que éstos penetren en el interior de los creyentes.

Que sean considerados una cosa u otra dependerá del grado de sometimiento personal a ellos, o de entenderlos como simples y diferentes caminos que nos acercarán a la “divinidad”. El asunto se complica cuando el dogma (decreto), que en su origen significa “pensar”, “parecer”, se convierte en ídolo, imponiéndose como realidad inamovible y absolutamente cerrada. Las imágenes, tanto como las palabras, elementos esenciales en la vida del ser humano, pueden ser el río que nos lleven a la plenitud del mar o a la inmovilidad de las aguas de un estanque, aguas que en la mayoría de los casos no tienen salida.

Pero el hombre, ayer y hoy, no sólo ha estado ligado a los dogmas, a los ídolos desde un punto de vista transcendente. Este atarse a algo, cada vez traspasa con más fuerza los umbrales de lo típicamente religioso, para introducirse y acomodarse peligrosamente en nuestras vidas en el sentido más general, desde lo social y económico a lo político y también a lo ideológico.

Si hacemos un barrido por los medios de comunicación que son los que más inciden en nosotros, podremos observar como de forma continua se nos ofrecen dogmáticamente (sin posibilidad de cuestionamientos), por decreto, las delicias que no podremos rechazar de tal o cuál producto, porque si lo adquirimos seremos “ más” que los que nos rodean, quedando estos últimos como seres de segunda clase, sin estilo, sin elegancia, sin imagen. Es también una enfermiza cultura al “ídolo” del cuerpo, donde sólo tienen cabida iconografías estereotipadas de delgados, rubios y de ojos azules, produciendo en todo tipo de personas, jóvenes y menos jóvenes, un hastío y rechazo a su cuerpo con las consiguientes depresiones, amén del implícito mensaje de superioridad de unas razas sobre otras. En este sentido soy un radical, adoro las pinturas de los gordos y gordas de Botero, por los contenidos de frescura y naturalidad que tienen.

Sin darnos cuenta, sin caer en el real significado de algunas expresiones, las damos por normales si no llegamos a hacerlas nuestras: “ La pasarela tal, siguiendo los dictados de la moda del próximo otoño…..” ¿ Somos conscientes que el ídolo en este caso, se impone por decreto, como dictadura? Sólo rompiendo moldes preestablecidos y caducos, tendremos la oportunidad de estar a gusto con nosotros mismos, siendo seres libres, pero nos lo ponen casi imposible.

En la actualidad, el ser humano vive con la necesidad de alimentarse del subliminal mensaje de estos “ídolos”, prisionero de ellos, que por otra parte no son nada y tampoco significan ni representan nada. Es la cultura del poseer, del parecer, no del “ser”. Resulta deprimente que una civilización que tanto ha avanzado en mecanismos y medios que hagan la vida más cómoda y fácil, desde el punto de vista de la satisfacción de las necesidades materiales (lamentablemente no en todos los rincones del planeta), haya retrocedido tanto en los valores que deberían definir a este “homo sapiens” como ser cada vez más inteligente, más sensible y solidario, más auténtico, con toda la carga de incuestionable verdad que estas palabras conllevan.