SALMODIA
Dios calla en la noche del hombre
cierra las puertas al grito
quiebra el camino
cuando los ojos arden
por volver a la casa del padre
y abrazar una a una
las cenizas
que un día temblaban
como estrellas… (dulces lamparillas
que prendían nuestros nombres…)
y las manos
entrelazaban
con hilos de trigo
el fraterno lienzo de la evocación.
Volver a la casa del padre
y enardecer todo el olvido
que cabe en la niebla.
Gélida noche huérfana de luz…
Dios calla…
Dios calla en las puertas del Edén.
El paraíso ha cedido a la herrumbre
y el arpa peina sus cuerdas
de alpaca…
la manzana es un espejo
donde la aciaga muerte desvela
su gesta
de pan oxidado, enmohecido,
el pan nuestro,
súplica de la tierra.
Dios calla…
El paraíso ha cedido a la espada.
Velan salmodias
las espigas
en el asfalto de la impiedad.
Sumido en la caverna del llanto
el hombre,
grita el camino de vuelta
y Dios,
permanece callado.
Poema de Carmen Sampedro Frutos
ALIENTO
Silencio…
Grita Dios, a la cautela de los hombres
encerrados en sí mismos…
(prestan oído,
las rejas…)
Retumba en los graderíos,
ribereños y barrocos,
de concilios y asambleas…
(escuchan, escudos…
y banderas…)
Truena en medio
de las plazas estridentes
de un egoísmo sordo,
donde el verdadero humano
ya no ruge,
sino bala
y se inclina e idolatra
cruces gamadas y lábaros…
(…Sólo responde,
el yaco en la palmera…)
Impotente…
podría parecer que Dios callara…,
pero no enmudece…
Entre tanto ruido,
susurra, en el oído del atento…
Murmura,
un silbo apacible de Paz
en los togados recintos,
donde se reta,
con valor,
la injusticia…
Suspira verdades de pan de centeno,
en las mismas entrañas de la hecatombe,
con dogales de pulgares
apretados
que sustentan
el abrazo…
Rumorea,
entre el batir de las olas,
sobre arenales sembrados
de cayucos.
Cuchichea bajo prendas reflectantes,
por playas blancas y granas, del Pireo…
Sí,
Dios escribe pancartas con mayúsculas
en el portal desahuciado
-aunque ni las mismas manos,
ejecutoras,
se percaten-.
Tierno…,
acaricia
el flequillo brumoso
de un chiquillo de Dajla,
y aloja un beso en su frente,
mientras esconde, resuelto,
aliento de manzana,
en sus bolsillos…
¡Hasta que al final, Dios ruge,
truena,
brama…!
Aúlla en el mutismo amargo del hombre…,
abriéndose camino,
en su interior;
quebrantando,
el histriónico silencio
y alcanzando el corazón,
donde anhela, ser vivido y aceptado…
¡Dios, mi Dios…!
¡Tú que gritas, de amor, por los hombres…,
en las horas del Espíritu,
nos llamas a cada uno,
por nuestro nombre…!