Es lo suficientemente importante como para que haga un paréntesis en  mi colaboración semanal y lo haga llegar. Ya no serán palabras de escritora con más o menos fortuna a la hora de transmitir, ya no será una opinión con la que entretener o espolear a los posibles lectores, esta vez es algo real que conmueve, que indigna, que preocupa. Y ante esta dramática realidad, una no puede más que callar y que hablen quienes la padecen. Después de haberlo conocido, sólo queda el silencio para que puedan hablar hasta las piedras. Ahí va el testimonio.

“No soy persona de letras, no tengo costumbre de expresarme a través de este medio, pero lo que nos ha sucedido, lo que nos está sucediendo, tiene que quedar constancia en algún lado.

Pertenezco a una familia humilde, que como la mayoría de los “españolitos de a pie”, estamos en el paro.

Procuro, con mis cortas entendederas, no ser racista, intentando no hacer diferencia de personas en cuanta a raza, religión o cualquier otra cosa.

Intento ver a las personas como eso, como personas, aunque cada vez entiendo menos que esta circunstancia no nos iguale.

Vivo en un pueblo, en una ciudad, que todo el mundo dice que se muere. No hay trabajo, la juventud se va a estudiar o a trabajar fuera y no vuelve. Esto se apaga poquito a poco, solo quedamos cuatro viejos y lo necesario para mantenernos.

Me duele que abusen de nosotros, de todos, que estemos en manos de quienes no tienen ningún problema, de quienes están tan tranquilos en sus poltronas y comodidades económicas.

Pero me estoy yendo del tema que ya me ha hecho saltar, porque además de todo ello, hay un a delincuencia que queda impune. 

El pasado 27 de Mayo, sucedió algo en el barrio de San Antonio, en la calle Badajoz a la altura de la calle Alicante. A mi cuñado le pegaron una paliza un grupo de gitanos, que lo han dejado, a día de hoy  ingresado en la U.C.I. sin muchas esperanzas, según dicen los médicos, de salir de allí con vida. 

Mi suegra, una señora con 90 años de edad y un Alzheimer en estado avanzado, lleva viviendo en ese barrio más de 50 años. Aquello era un barrio, situado a las afueras de Linares,  de gente humilde y trabajadora. Desde hace unos años, ya no se puede vivir allí.

Mi cuñado, el que vive con su madre,  ese día decidió salir a tomar un  poco el fresco a la puerta de su casa sobre las 4 y media de la madrugada, con toda la libertad y el derecho que nos da vivir en un país civilizado. O eso creía.  

Él nunca se pudo imaginar que a la vuelta de su casa se iba a encontrar con la muerte, si, sí, aunque suene duro, se encontró con la muerte, venia de manos de personas, si es que se pueden llamar así, desalmadas que sin mediar palabra y acusándolo de algo que no  había hecho se fueron hacia él y le dieron tal paliza que lo han dejado al borde de la muerte.  Lo acusan de haber pinchado las ruedas de algunos de sus coches y furgonetas, lo acusan sin pruebas aunque qué más pruebas necesitamos que comprobar que por allí se siguen viendo coches con las ruedas desinfladas. ¿Quién lo está haciendo ahora? No fue él, pero ya está claro que no fue él. Y los culpables sin sentirlo, sin preocuparse, como si no hubiera pasado nada.  

Nos propusimos denunciar pero todas las recomendaciones nos alejan de esta posibilidad. Y hemos desistido. ¿Qué podemos hacer si tienen que seguir viviendo allí? Mi cuñado morirá y no habrá denuncia. Esto es lo más indignante. ¿Qué barbaridad es esta?  Como siempre pienso últimamente, la justicia en este país no existe.”Juan Pobre”, que en este caso somos nosotros, no tenemos más que obligaciones, y ningún derecho.

Hasta ahí sólo lo que se puede escribir, no hace falta decir mucho más ni aconsejar nada que no haríamos nosotros mismos. Mi respeto, indignación y solidaridad con esta familia que ahora sufre. Ahora le toca a los poderes hacer algo, si es que saben leer entre líneas.