Todos los políticos son iguales respondió una voz de entre quienes formábamos la creciente cola ante la desatendida caja del establecimiento. El rutinario comentario refería  la noticia sobre Rodrigo Rato. Íbamos a pegar la hebra sobre el asunto cuando la realidad vino a centrar la cuestión. De pronto  una voz autoritaria recriminando algo a las dos personas que atendían  el trabajo de cuatro, captó nuestra atención. Una señora, conocedora de las broncas  explicó que era el estilo del dueño humillando al personal pese a  que se desvivieran. Un señor terció lamentando la situación que obliga al trabajador a soportar   estas situaciones por un sueldo escaso ante la  amenaza de despido libre.  La parroquiana frecuente insistió en que estas situaciones menudeaban  por no contratar a suficiente personal. Hubo quien citaba a sus familiares  que saltan por un empleo, cuestión lamentablemente secundada por dos personas más. Yo permanecía callado y, aunque asentía con gestos a la solidaria conversación, no quitaba ojo al ahora cambiante rostro de quien se había pronunciado con el fatal tópico ante otro abuso.

Una vez aliviada la cola en la que los dos empleados  atendían  las demandas al peso de la clientela en otra zona, una de ellos pudo regresar sofocada a la función de cajera. Tras presentar excusas por la tardanza que con comprensión aceptábamos, pasó a atender con  diligencia a quien había dejado a medias. A la par que avanzábamos en la cola, siguieron los comentarios sobre el asunto que ella escuchaba con una prudencia entre el temor y el agradecimiento. Casi al llegar mi turno, tras sonreir  a la sofocada cajera, le pedí  las hojas de reclamación a la vez que expresaba  mi comprensión por su esfuerzo y sensibilidad.   Ella, preocupada torció el gesto, y se puso a buscar el mencionado documento, mientras me explicaba que no era la cajera habitual, buscaba lo que le pedí. Para aliviar su apuro, insistí en que no era nada personal y podría volver al día siguiente, y me marché una vez completada mi compra. El segundo día  la plantilla estaba más completa. Sin embargo la cajera habitual que conocía bien el episodio, no me tenía preparada la hoja. Trató de indagar si podía conseguir que yo desistiera de mi queja. Volví a explicar que no era nada particular en contra del personal contratado.  Decliné la tentativa e insistí en mi solicitud dispuesto a volver al tercer día.

Por fin, ya a la tercera, fue la vencida.  En el escaso formulario describí los hechos con brevedad. Solicité con claridad poder seguir siendo consumidor en el establecimiento, ya que es  el más  cercano a casa, hay una aceptable relación calidad/precio  y el personal es-pese a todo- amable. Claro, también pedí que no se repitan las desagradables circunstancias del primer día. Alguien, con quien pudiera comentar el incidente, tal vez dudara de si la vía elegida para mi reclamación era la más adecuada. Yo lo tenía claro y no me faltó ocasión para explicarme ante quienes me rodeaban en el mismo escenario. Y es Ad quiso el azar que, al entregar el citado documento, volviera a coincidir con quien había denostado a TODOS los políticos. Le mostré la copia sellada a la par que con ironía exclamé: Ni todos lo políticos ni todos los ciudadanos somos iguales. Mi atribulado interlocutor me respondió con el sí pero …no es en una tienda donde se ha de responder a la tensión con más tensión.

Con la mayor calma que pude le respondí : De eso se trataba de defender la convivencia ciudadana allá donde se esté vulnerando. También en  las relaciones comerciales  en las que no debe regir la ley del la selva o la del más fuerte. Pero eso, como todas las mejoras en la convivencia, nos los hemos de ir otorgando y sin dejarlo para mañana  entre todos y en cada ocasión. ¿O no?