Esa tarea que, a consciencia o con descuido, venimos ejerciendo todas las personas requiere a cierta edad alguna reflexión. Está claro que la condición ser vivo nos trae implícito a cada cual el fatal y cierto camino que va de la cuna a la tumba. Llegar a la madurez bien rebasada, cuando al ir declinando o desapareciendo nuestros mayores, nos enfrenta con  más claridad al envejecimiento más acelerado. Ése en el que se puede rememorar el niño que cada cual fue y que no acaba de irse, con el adulto del que van decayendo las responsabilidades plenas para entrar en esa edad ¿de júbilo? Veamos algunas ocurrencias sobre el asunto.

Vivir comporta para cada persona transitar por el citado camino afrontando como puede las circunstancias que el azar y la propia voluntad le procuran. Está claro que la fortuna interviene de manera casi decisiva en la historia de cada cual, pues nadie pudo elegir la familia en que nació ni -relativamente- las caulidades y/o defectos de su persona. De la misma manera pueden haber escapado a sus decisiones la propia descendencia, las enfermedades sufridas, e incluso la época que condicionaron sus días. Frente a mis circunstancias estará el propio yo, que diría Ortega y Gaset, para: amilanarse, sobrevivir dejándose llevar, o hacer de la necesidad virtud. Esa distinta actitud, importante en cualquier edad, puede tener especial relieve en el declive o final de la vida.

Con la vejez, a la par que la pérdida de ciertas facultades, nos ha ido llegando un importante caudal de experiencias. Tal experiencia, adquirida en primera persona o por la observancia inquieta de nuestro entorno, es otro aporte importante en la construcción de nuestra biografía, tal vez más considerable, en cuanto que epílogo o final de la misma. Por nuestra mente pasan las estampas de nuestros abuelos que, con sus casi uniformes ropas de pana, sus garrotas y boinas, arrastran sus agotados cuerpos buscando el sol o la sombra, o mirando a ese cielo estrellado que tan bien conocen. Mientras, nuestras abuelas, casi siempre vestidas de negro, transmiten su sabiduría en la cocina o en la costura. Junto a estas imágenes se nos superponen la de otra generación que ha llegado con los viajes y otras actividades del inserso, u otras más recientes, en que abuelos y abuelas han de cuidar a su nieterío mientras hija y/o yerno han de buscar unos menguantes y necesarios salarios para sobrevivir.

Hasta aquí aparecen situaciones en que la vejez no ha apretado tanto que aun permite no sólo desenvolverse con autonomía, sino además ayudar a sus próximos. Otro panorama bien distinto es el que se presenta cuando ni el esqueleto te sostiene y/o la cabeza deja de regir para gobernar tu vida. Esa situación suele atenuarse o con los desvelos de la familia, con la atención de personal  retribuido, o con el en ingreso en el geriátrico. Estas posibilidades y otras abren un amplio e incierto abanico para seguir viviendo con la mínima dignidad. A esa reflexión nos referíamos al principio para, en coherencia con nuestra manera de pensar y las responsabilidades contraídas, determinar en lo posible como han de ser esa vejez y ese  final.

Veíamos que los tiempos y modas han cambiado las maneras de envejecer. Sin embargo, no dejamos de reconocer la condición humana de racionalidad y superación. Hoy la esperanza de vida ha aumentado, lo mismo que las funciones e influencia de jóvenes, adultos y mayores han cambiado mucho (y no de manera pareja) en la familia y sociedad. Ante circunstancias tan cambiantes, cada cual debe averiguar cómo puede, debe y quiere que sea su vida de mayor. No es fácil compaginar los tres verbos. Por un lado tendremos la experiencia acumulada de personas mayores a quienes hemos admirado, por otro nuestra propia visión-actitud y prioridades de casi siempre. Habrá quien entienda  que “ ya soy mayor, que el que venga detrás que arree” o “mis hijos y/o nietas primero”o

a ver si respetan mis canas y experiencia” o “voy a disfrutar lo más que pueda los cuatro días que me quedan” o..  Entre tantas posibilidades, todas respetables y/o valiosas,  uno elige la propia.

Como no es caso de pontificar, si acaso de mostrar la intenciones, que de que se cumplan ya veremos, yo expreso las mías: Retirado de la vida laboral, me sigo sintiendo responsable (aunque no en primer plano) de la sociedad que dejaremos a los que vienen, en ese sentido acompañaré y ofreceré mi experiencia por si sirve. En las relaciones familiares y amistosas trataré de corresponder de acuerdo con lo aprendido y recibido, con la prudencia de que una siga siendo capaz. En lo personal, mantener el mínimo instinto de coservación que hará posible lo demás. Para ello, y para que esta vejez sea la deseada, prever, que cuando mi vida no sea humana, acabe con dignidad.