Hace unos días también y de manera elocuente,  se ha apuntado Alfonso Guerra al mantra del populismo. Ay qué pena, oír que hasta la otrora lengua viperina del vice todo del PSOE en contra de los privilegiados, se une al coro de la casta. Qué lástima que haya roto con la discreción de su continuada tarea parlamentaria, apenas interrumpida con su aparición anual y ugetista en las cuencas mineras con sendos pañuelos rojos acompañando a Méndez y Fernández Villa. Qué tiempos éstos en que hasta el líder asturiano nos apareció también muy beneficiado.

            Pero volvamos al Sr. Guerra que tuvo que sortear como pudo la desgracia de tener un hermano demasiado conseguidor en Sevilla. Él se repuso con discreción y se alejó del gobierno para dedicarse a darle lustre a la “S” y a la “O” del PSOE, mientras el Sr. González mantenía viejas amistades con Carlos Andrés Pérez (de Venezuela) y  Betino Craxi (italiano huido a Túnez) o engrasando nuevas con Solchaga (es lícito enriquecerse) y el ¿honorable? Pujol. Pero mira por dónde, ahora nos sale también con lo del populismo y la democracia ejemplar en que, entre unos y otros, se venía convirtiendo la transición ¿modélica?

            Si es cierto que si nos ponemos algo puntillosos, a la palabra populismo, como a tantas otras, se le puede sacar mucho jugo. Si no fuéramos rebuscados, aceptaríamos el primer significado del diccionario: “Doctrina política que pretende defender los intereses y aspiraciones del pueblo”. Lo que vendría a coincidir más o menos con democracia. Claro que si buscamos en la historia podemos encontrar movimientos rurales en la Rusia de los zares, que preconizaban la llegada de un socialismo inmediato, o en los EEUU de final del siglo XIX. Pero sospecho que las alusiones de Guerra no se dirigen a las anteriores, sino al chavismo de Venezuela. Pero como abordar ea cuestión nos llevaría a hablar  de: información y contra-información, de golpes de estado y elecciones ganadas sin reproche, de avances sociales y de violencias varias,… nos desviaríamos de lo de hoy. Ya volveremos a la cuestión venezolana. Por ahora reflexionemos en  cómo hemos llegado a esta  democracia, al parecer abandonando esa aspiración populista de  defender los intereses y aspiraciones del pueblo.

            Recuerdo algunas ocasiones de los años setenta en los que, el entonces responsable del desarrollo organizativo del PSOE, recordaba las limitaciones de la izquierda  al haber fallecido el general Franco en su cama. Este hecho y otros, como  la dispersión en sopa de siglas, tanto al final de la guerra, como las que venían aflorando de la clandestinidad, exigirían una política concreta. Se resumía en la constitución de un PSOE democrático y fuerte con capacidad para negociar con los poderes aperturistas del régimen desde una posición legitimadora y reconocida. Esa fortaleza exigió una  disciplina a la militancia y que se encomendaría al aparato partidario. Lo curioso del caso es que el Sr. Guerra, con sus dotes innegables de organizador-ideólogo no renunciaba a esa doble  y cuasi esquizofrénica  tarea. Por un lado la de aparecer como la izquierda del partido con las declaraciones  más incendiarias, y al mismo tiempo propiciar la expulsión o relego de quienes no gozaran de la  confianza o utilidad para la organización. Ya sonaba aquella significativa frase de el que se mueva no sale en la foto. Pronto se empezó a hablar de felipistas, guerristas y críticos. En uno u otro lugar aparecieron escisiones como la de Galicia con el compañero Fortes  que fueron replicadas desde la organización a la prensa: Si se pierden cinco mil militantes, ésos se recuperan con cinco minutos en televisión.

            Tal vez más decisivo aún puede ser debate sobre estatutos y organización habido en el XXVIII Congreso. A la sombra de la polémica marxismo si-marxismo no se debatía la vinculación y retribuciones de los cargos orgánicos y públicos del PSOE. Se había eliminado una ponencia de Barcelona la Antigua, que hubiera eliminado la confrontación de  dos posturas claras: una la del aparato que pretendía, entre otros objetivos, la profesionalización y dependencia de quienes accedieran a dichos cargos. Por otro lado, y sin la menor coordinación entre sí, la de quienes preconizábamos una retribución sólo ligeramente superior a la de origen para permitir la libertad ideológica y, en su caso, renuncia de las responsabilidades contraídas. Allí se debatía la eliminación de fronteras, que después han crecido, entre la ciudadanía preocupada y la profesionalización irreversible de la cosa pública. Aquellas lluvias trajeron estos lodos, don Alfonso. ¿Son populistas?