El abuelo, me enseñó los gayumbos que se había comprado, por recomendación mía. Como la cosa había funcionao, fue a comprarse dos más, uno de ellos con dibujos estampados del Pato Donald y el otro, con el Correcaminos.

Yo solté una carcajada, cuyos ecos deben reverberar todavía en la Cazuela y Carmelo y Ramón se agacharon tras la barra reventando de risa.

“Parrillosky, que funciona, que funciona… eres una autoridá en el arte amatorio. No ha hecho falta el Sutra ese de la Cama”
A todo esto, en la barra y a nuestro lado, había una representación más que septuageneria de un grupo de damas, que nosotros llamamos el “Frente de Juventudes”, de misa diaria.

Una de ellas, se ve que indignada de ver la ostentación que Nemesio hacía de sus gayumbos, dijo para que se oyera: “Vaya un viejo verde!

El abuelo no lo oyó, es duro de oído, porque si no allí se lía la de Dios es Cristo.

Pedí dos tintorros de a 2,50 el doblamiento de codo, que el evento lo merecía y le dije a Nemesio, que me hablase de la Condesa, parienta lejana de su Dolores y me soltó:
“Creo que tiene también algún pariente lejano en La Carolina, pero no lo sé con esartitú. Después de casarse con el Antolín Fábregas y Puigcerdá (el segundo apellío le venía que ni pintao) tuvo con este tipejo, cuatro hijos, dos niñas y dos niños. Las niñas estudiaron en las Salesas, pegando después un buen braguetazo. Los niños estudiaron con los Jesuitas; uno llegó a cantar misa y el otro abandonó, era rojo, pero de boquilla.

Supieron acercarse a los mandamases erclesiásticos, hasta el punto de ser amigos personales de D. Pedro Segura y Sáenz, Cardenal de Sevilla.

El Cardenal no tenía lo que se pué llamar una buena relación con Franco, pues él era monárquico y tradicionalista radicá y nunca le perdonó al dictador, que se orvidara de la monarquía.

Pa el Cardenal Segura, Franco era de izquierdas, y quiso ser masón, hasta el punto de que cuando el ´Chache´ bajaba a Sevilla, el Cardenal, desaparecía para no verle. Y Franco lo agradecía, porque pensaba que el Cardenal Segura era un carca, pero mucho más carca que lo que es hoy el Rouco éste de los cojones; así que el cariño era mutuo.

Fíjate si era carca, este Segura, que prohibió en la década de los 40 a 50 y bajo pecado mortal, el baile en Sevilla.
El Conde, tenía sus querías o “entretenías” que las llevaba a toas partes.

Cuando se iba de vacaciones con su familia, viajaban en primera clase y todas sus querías, que las tenía de criadas, iban en tercera.

Me contó mi padre que en un té, con el tal Segura, uno de los amigos de la Condesa, listillo él, pelotas, y por hacerse notar, le preguntó a su Eminencia, algo que creyó inteligente, diciéndole: Sr. Cardenal, ¿su padre también fue Cardenal?

Y el Sr. esposo de la Condesa, muy hábilmente, le interrumpió y dijo secamente: ¡calle idiota, los Cardenales no tienen padre! Y lo acabó de arreglar.

Luego, a la usanza de los señoritingos de la época, el hijo que le había salío rojo de salón, y por ruego de la Condesa, hizo la mili a las órdenes del Vicario General Castrense, para ayudarle a las misas y esas cosas. El Vicario, para más INRI en la postguerra, era miembro del Consejo de Regencia del Estado, nombrao en la terna de cardenales que el Chache proponía al Vaticano, ca cierto tiempo.

Este niñato que se decía rojo, pero era imbécil, no pisó un campamento y un sargento iba a su cortijo cada mes para instruirlo. Pero el sargento lo dejó por imposible. El armamento era la escopeta de perdigones de su papaíto.
Lo que hace el dinero y saber relacionarse con los mandamases.

La Condesa cogió una depresión, de ver al idiota de su hijo que no pudo jurar bandera oficialmente, porque era más tonto que mis “güevos” y el sargento le dijo a su padre que no podía desfilar porque no sabía marcar el paso. Fíjate si era tonto el señorito, que al Arzobispo de Zaragoza, Monseñor Casimiro Morcillo, él le decía Monseñor Tocino, porque la morcilla le daba ardores.

Un día el secretario del Arzobispo le reprendió y le dijo toscamente: ¡¡¡es Monseñor Morcillo, Morcillo, no Monseñor Tocino!!! A lo que el imbécil replicó: ¡bueno, yo sabía que algo del cerdo era! Como puedes ver, esta familia era to un poema”.
La verdad que sí, contesté. Vaya una familia la de su Dolores y suya.

“¿A que te mando onde yo sé?” Ya la iba a liar conmigo, cuando hábilmente le digo a Carmelo que nos pusiera dos tintorros lo más rojos posible y le cambió el gesto de cabreo, a una pletórica sonrisa.

Se metió la mano en el bolsillo para sacar su tabaco de liar y… ¡coño!, entre la tabaquera, iba una estampita de Fray Martín de Porres. Todos nos quedamos alucinando con el viejo al verle la cara, que se acordó de toíta la Corte de Arcángeles, Serafines y Querubines.

“¡Ya me la ha vuelto a jugar mi Dolores, los otros días me metió una de San Josemaría!”

Después me enteré que su santa, le mete de vez en cuando alguna estampita en algún bolsillo, para que el Santo de turno, lo proteja. Y dice que desde que conoce a la beata de la Evarista, le pasan cosas mu raras, pero que mu raras.