Me comentaba un buen amigo hace unos días, que ponerle a cierta gente un espejo ante su rostro para que le refleje como es, te convierte en alguien odiado por esa gente. Porque el espejo no miente, devuelve aquello que ve tal como es uno (excepción hecha de los espejos de ferias) En las películas, los vampiros rehuyen los espejos, porque su ausencia de imagen evidencia su vacío, su “nada” y acaso ellos sean felices en este estado de maldad congénita o adquirida.
“El Retrato de Dorian Gray” escrito por Oscar Wilde, es considerado en la actualidad como uno de los clásicos modernos de la literatura occidental. En esta obra, Basil Hallward es un artista que queda enormemente impresionado por la belleza estética de un joven llamado Dorian Gray y comienza a admirarlo. Basil pinta un retrato del joven. Charlando en el jardín de Basil, Dorian conoce a un amigo del pintor y empieza a cautivarse por la visión de éste sobre el mundo; es Lord Henry.
Lord Henry indica que lo único que vale la pena en la vida es la belleza y la satisfacción de los sentidos. Es en cierto modo el epicureísmo.
Al darse cuenta de que un día su belleza se desvanecerá, Dorian desea tener siempre la edad de cuando le pintó Basil. Mientras él mantiene para siempre la misma apariencia del cuadro original, su figura retratada envejece por él. Su búsqueda del placer lo lleva a una serie de actos típicos de la literatura gótica de terror en que con cada acto de maldad su imagen en el cuadro, se va desfigurando y envejeciendo.
Los espejos (estos espejos que son una metáfora al igual que el retrato de Dorian) suelen ser opiniones, consejos que alguien hace a otras personas, mejor dicho, a sus actitudes, frente a frente, en plena cara, sin ofender, pero con lo que uno cree que es la verdad siempre por delante, con una sana intención, porque quizá al otro le ayuden esas observaciones.
Eso sí, nuestras verdades nunca son inamovibles ni pueden ser convertidas en dogmas ni doctrinas. Hay mucha gente que tiene sus entendederas cerradas voluntariamente a cal y canto y por más que les digas, les muestres, les adviertas de sus claros y contrastables errores, siempre serás el malo porque le has colocado algo delante para que vean su reflejo, que no soportan. Estas gentes, se han construido una verdad que les funciona sólo a ellos. Con su necedad, su egoísmo, su empecinamiento, su falta de sensibilidad, han perdido la capacidad de escuchar, de respetar. En ocasiones, quien es sensible y observa la vida de otra manera, persiste en el diálogo con quien le ha rechazado, porque es consciente de que todo, si es realizado con buena intención, y olvidando nuestros rencores, con ánimo de construir, todo puede mejorar, dando la mano con sinceridad a quien sin motivos te juzgó y te condenó.
Pero esto a veces es imposible ya que en su cerrazón, el otro ha colocado su alambrada de espinos. Los valores humanos que debemos transmitir a nuestros hijos e hijas son a mi juicio, entre otros muchos que viví en mi casa cuando era niño y joven fueron:
Honestidad, gratitud, sinceridad, generosidad, respeto, solidaridad, prudencia, valentía, autodominio, constancia, esfuerzo, sensibilidad, perdón, amor, compasión, amistad, lealtad, humildad, sensibilidad, empatía y por supuesto, no progresar socialmente subiendo, pisando escalones humanos. Otras cosas son antivalores que hacen caer a la persona en la más profunda ciénaga… como Dorian.
Leí una vez esto: “Un hombre fue elegido presidente de su país y nada más tomar posesión, dijo que a partir de ese momento, todas las personas iban a ser libres y quien no quisiera ser libre lo sería obligatoriamente, porque él era un demócrata”.
Las personas no pueden ser esclavas de unas ideologías inamovibles, sino que las ideologías deben estar al servicio de las personas y evolucionar con ellas. El ser humano no se hizo para servir a la Ley, sino que la Ley, siendo por supuesto respetada, debe estar al servicio del ser humano, y quien la quebrante, entonces aplíquese esa Ley con justicia.
Las ideologías y las formas de pensamiento cambian, pero la autenticidad de las personas no. Ser ateo o ser creyente es una cosa muy personal y para mí ambas cosas, carentes de valor por sí mismas.
Ojalá tuviésemos todos y todas, la valentía de ponernos diariamente delante de un espejo para ver la imagen que nos devuelve.
Hitler se emocionaba con la música clásica e incluso lloraba al oír a Wagner, Strauss, Tchaikovsky, Borodin, Mussorgsky… y mató a millones de seres humanos. Si la sal se desvirtúa… ¿con qué se salará?