En la radio de la librería se oía la propaganda de un fondo de pensiones bancario. Alguien rezongó molesto: ¡Eso, nos esquilman las pensiones públicas para seguir especulando y engañando con el dinero que recojan de las privadas! El resto de los presentes coincidimos con un claro y pesimista asentimiento de cabeza. Un señor, no muy mayor, quiso reaccionar ante la impotencia y desasosiego que aquella complicidad sugería. Lo hizo con el frecuente y reaccionario- por auto exculpatorio- tópico de: ¡Esto no tiene remedio, todos los políticos son iguales! Una mujer relativamente joven que acompañaba al autor del primer comentario replicó serena: ¡Cada pueblo tenemos los políticos que nos merecemos,que además no serán tan iguales como no lo somos los ciudadanos y nuestras actitudes al sostenerlos! Un silencio reflexivo, sólo interrumpido por las palabras formales del mercadeo, se apoderó del ambiente favoreciendo el rápido desalojo del establecimiento.

Durante el resto del día tuve presente en mi mente y en mi conciencia aquella conversación. En mi magín pugnaban sin solución de continuidad aspectos muy controvertidos: la “Ley Mordaza” asociada al proceder de los señores Cifuentes en Madrid y Lillo en Jaén, con la desigual opinión en la librería y la represión sufrida por Alberto Torre, Andrés Bódalo y el joven universitario Ángel. Al llegar la noche era tal el desasosiego, que no me podría dormir mientras no aclarara mis ideas y mi actitud ante los hechos. Como otras veces, acudí a poner en claro en este escrito mis ideas y mi actitud que ahora se pueden leer.

Siempre me he revelado en contra de las excusas colectivas que pretenden ocultar la cobardía o irresponsabilidad personal en la parte cuota del bien común. Cuando aquella mujer expresó sin ambages nuestra dejación de ciudadanía, me sentí interpelado y avergonzado. Había reducido a la mínima expresión mi complicidad con el comentario de las pensiones y había decaído ya mi propósito matutino de reaccionar ante cualquier atisbo de la también llamada Ley contra el 15M . Había dejado pasar ante mí el mismo miedo que pretende incrementar el gobierno con tan anti democrática norma: la resignación ciudadana ante tan continuada agresión. No se apartaba de mí la imagen de Alberto Torre, quien en compañía de Damián e Ildefonso venían luchando en contra del montaje acusatorio a Alfon en Vallecas con, por lo menos, la connivencia de la señora Cifuentes. Hoy Alfon vuelve a ser el mismo Alberto, a quien se quiere meter en la cárcel por ejercer el derecho de expresión y manifestación. Tampoco se me iba del pensamiento las imágenes de Andrés Bódalo y Ángel. El primero acosado, como tantos compañeros y compañeras del Sindicato Andaluz de Trabajadores SAT, por manifestarse en contra del empobrecimiento de la clase trabajadora. El segundo por tener ser hospitalizado tras la agresión policial en una manifestación en contra de los recortes en la educación universitaria.

En ese ir y venir de imágenes se me contraponían en los platillos de la balanza dos, a cual más siniestra. En el primero veía el miedo y pereza mental de tantísimas caras que expresan su resignación con eso de “ todos los políticos son iguales”. En el segundo tres (podrían ser más) rostros tétricos. El primero el del ministro Fernández, mentor de la “ley contra la libertad y condición ciudadanas” y de las cuchillas o concertinas en la alambrada de Melilla. A ambos lados se adivinan (seguidos de bastantes más) los rostros de la Sra. Cifuentes y el Sr. Lillo, los “recuperados en una pesadilla neo franquista” los gobernadores de Madrid y Jaén.

Quiero despertar de esa pesadilla recordando que en ese ministerio, en justicia y en otros, hubo alguna vez personajes menos siniestros. Sin embargo no me olvido aquel verano en que los que parecían más humanos reformaron la “intocable” Constitución para hacerla neoliberal.

Mi consuelo contra esas pesadillas puede ser que van creciendo el grupo de personas que, como aquella mujer pregonamos que tenemos otra manera de ser iguales: SALIR DE LA MAYORÍA SILENCIOSA.

Antonio Martínez Lara

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