La historia de Linares, en dos épocas determinadas, no es una historia cualquiera. Se puede hablar de Cástulo continuamente y no se podrá dejar de hacerlo hasta que su oppida nos descubra todo lo que encierra. Se podrá hablar del Linares hasta mediados del siglo XX, el minero e industrial, de explotación y desarrollo, que puso base a la ciudad actual. Se puede hablar, y se habla, de tantos hombres y avances humanos, tecnológicos e industriales. Después de todo esto se habla de su sociedad e idiosincrasia. De todo ello se puede hablar, y se profundiza, y se guarda y se archiva, o tal vez debería decirlo en pasado. Y se tiene. Toda esta perorata es para decir que de las mujeres poco se puede hablar, o poco se sabe, o poco se guarda, o poco se ordena o poco se tiene. La brevedad y la dispersión de comentarios siempre afecta a las mujeres. Buscad y… hallareis, o más bien no hallaréis, lo que digo.

Por ello mi artículo de hoy va hacia congratularme de que la Institución Teresiana, fundada por San Pedro Poveda, y de tanto arraigo en Linares, haya aglutinado todo su devenir a lo largo del siglo de su existencia, en una exposición a presentar mañana sábado denominada: “Historia de un Centenario”. Me congratulo porque ahí si espero ver ordenadamente, paso por paso, esta ingente obra educativa, humana y espiritual que tiene su base entre nosotros, y desde nosotros al mundo. Y me congratulo de poder decir que en ella sí se puede hablar de las mujeres, porque, aún aceptando algunas consideraciones y no carentes de importancia como es que actualmente ya forman parte de ella algunos hombres, la Institución Teresiana es una obra de mujeres, de muchas mujeres, de mujeres con nombres, apellidos y hechos. Y con esta exposición ya tenemos un siglo concreto para reconocernos y visibilizarnos.

Entre todas ellas tengo que destacar, porque es de Linares, el papel que en sus inicios tuvo Antonia López Arista. ¿Qué sabemos de ella? Fue una mujer, prima de Pedro Poveda, que supo entender de una manera entusiasta la personalidad y el estilo que debían tener las mujeres que llevarían adelante su obra de evangelización y cultura, el modelo de mujer enseñante, su talante humano e intelectual, la que empezó a denominarse a sí misma humildemente como “una teresiana”, siguiendo el símbolo que quería imprimir el fundador para reivindicar a la santa de Ávila, otra mujer de experiencia mística cristiana, escritora, humanista, moderna, abierta a los cambios y perseguidora de ellos. Una mujer con una forma de ser genuinamente femenina, humana, espiritual e intelectual que es lo que se ha quedado en lo que yo he dado en llamar ese “cierto aroma a lavanda” que desde los Negrales, donde descansan los impulsores primeros, se expande por toda la Institución y su obra.

No va a extrañar, por tanto en absoluto, aunque sigo pudiendo aceptar las objeciones que aclaré, que diga que el Padre Poveda, además de santo o a lo mejor por eso, era un hombre muy inteligente. Puso la idea que revoloteaba en su espíritu desde el comienzo de su ministerio, imprecisa todavía en Guadix y en Cantarranas, en las manos, las almas y las inteligencias de las mujeres. Es un hecho que él creía en las mujeres, que si quería que todo saliera bien tenía que ser desde y hacia las mujeres, tenía muy claro que las mujeres sabrían entender cómo se podía suscitar entre el profesorado de magisterio la reflexión y el perfeccionamiento pedagógico y profesional que se necesitaba en aquellos primeros años del siglo XX. Apostó por las mujeres de una manera decidida, desoyendo los cantos de sirenas conservadores, inauguró en Linares la primera Academia Femenina y el Centro Pedagógico, buscando mujeres preparadas que prepararan a otras y así formar un ilusionante proyecto que pervive en ese cierto aroma a lavanda que impregnó en primer lugar su ciudad natal.

Felicito a la Institución Teresiana por su unidad y fidelidad a ese proyecto que abrió la mente de tantas mujeres liberándolas así del sometimiento a la incultura, propiciando la independencia que da esa libertad. Como mujer y maestra se lo agradezco, muchas generaciones de linarenses se lo agradecen personalizándolo en las personas que mantienen hoy en día la cuna del teresianismo.

He dicho muchas veces que me emociona que alguien alguna vez se preocupe por nosotras sacándonos de la nebulosa de la generalidad e individualizándonos como género, un género en sí mismo claramente eficaz, persistente, leal, profesional e intelectual con los valores que mantienen y que hacen aflorar cuando más se necesita.

Cuando Linares se dejaba llevar por la vorágine del progreso, un aparente progreso con mucha miseria escondida, las mujeres mantuvieron la base de su propio perfeccionamiento y el de las demás, para que cuando el esplendor desapareciera, emergiera una ciudad viva. Así sucedió y desde aquí a todas, visibilizadas en Antonia López Arista, les agradezco eso que tan bien nos caracteriza a todas: la generosidad.

Campos de lavanda el en valle de Polop - Foto: Jordi Casasempere

Campos de lavanda el en valle de Polop – Foto: Jordi Casasempere