Aunque el optimismo no es una cosa que dependa de uno solo, ya que somos seres incardinados, insertos  en un extenso grupo humano que llamamos sociedad y la sociedad en sí misma es bastante compleja. Mejor dicho, la hacemos compleja.

Me gustaría cada mañana cuando salgo a la calle, encontrarme con las personas que conozco y al menos éstas, llevasen una sonrisa en los labios al saludar, si es que saludan, por mucho que cueste.

Me gustaría que cuando  entro en un ascensor o en una tienda y doy los buenos días, la gente respondiese a esos buenos días.

Me gustaría que la Navidad durase los 365 días del año, porque  cambiarían mucho las cosas. De nada nos valen las luces navideñas en las casas y las calles en esas fechas, si en nuestro interior, existe la más absoluta oscuridad.

Me gustaría un mayor respeto de los niños y jóvenes a las personas mayores; que se les enseñase a ceder la acera, que se les ayudase a cruzar la calle, que se les cediese el asiento en un autobús, que tratasen con respeto a sus mayores, que se les escuchase con atención porque son la mejor universidad y que esta sociedad no los viese ya como un estorbo, como algo inservible que hay que dejar abandonados en un rincón.

Me gustaría que las personas se mirasen a los ojos cuando hablan y no adoptasen posturas esquivas con la mirada.

Me gustaría que nos besásemos y abrazásemos más, sin miedos, sin pensamientos obtusos y/o  torcidos. Me gustaría tocar al otro, a la otra, simplemente por empatía, por calidez humana.  Mucha culpa ha tenido la educación recibida.

Me gustaría que nuestras ideas sirviesen para unir, no para separar y destruir y que sustituyésemos ideología por ideales.

Me gustaría que aprendiésemos a saber escuchar y respetar más la opinión de los demás y  rebatir con argumentaciones las ideas del otro, de la otra, con respeto y tolerancia.

Me gustaría que el  creyente respetara al no creyente… y al contrario. Porque nadie ha salido al “más allá” y ha vuelto para contárnoslo.

Me gustaría que alguna gente dejase de decir que es “creyente y practicante” sin saber ellos mismos en qué creen y qué es lo que practican.

Me gustaría que la gente creyera en la Amistad, como valor supremo junto al Amor, tanto hacia su pareja  como a todo el mundo que le rodea.

Me gustaría que la palabra ENVIDIA  desapareciese y  fuese sustituida por la palabra ADMIRACIÓN.

Me gustaría no ser corrupto… porque en alguna medida lo soy, por aquello de… “sólo busco mis intereses”

Me gustaría rescatar el valor de la palabra dada al otro, a la otra. Hoy ya ni el papel, soporta lo escrito y firmado… ¡cuánto menos, vale la palabra dada!

Me gustaría recuperar la capacidad de “contemplar” porque ahora sólo veo; y que alguien me mostrase de nuevo, que es eso de contemplar profunda y activamente… en paz con mi interior.

Me gustaría sentirme parte de la naturaleza, sabiendo que sólo soy un pequeño suspiro de ella y ser consciente de que sin esa naturaleza, yo no existiría, ya que cuando nos alejamos de la naturaleza, nuestro espíritu se seca y muere, porque ha sido separado violentamente de sus raíces.

Me gustaría ser “conscientemente consciente” de que yo no soy dueño ni señor de nadie, ni de mí mismo… en cualquier caso ser mi propio Amigo.

Me gustaría que nuestra sociedad, nuestro mundo, viese a la mujer donde tiene que estar, en su lugar por derecho humano, en un absoluto plano de igualdad junto al hombre, por derecho propio, simplemente.

Me gustaría que pudiésemos viajar fuera de nuestro planeta, para ver desde la distancia de miles o millones de Km, lo  microscópicos que somos, la nada que somos, la entelequia que somos y nos dejásemos de matar por odios, envidias, celos, dinero, poder… porque antes o después todos “arrugaremos el labio”

Me gustaría, que Dios, el destino, o como quiera llamarse a todo esto que no comprendemos ni entendemos, tuviese compasión de mí, y encontrarme por muchos años y  cada mañana que despierto, junto a mi esposa Áurea, porque ella contribuye a dar auténtico sentido a mi vida.

Y como postre, me gustaría, que todos nos hiciésemos donantes de órganos. Fue sublime la noticia en TV, de una madre que dona los órganos de su pequeñín fallecido, y oye latiendo en el cuerpo de una niña con un fonendoscopio, el propio corazón de su hijito trasplantado…

Tantas cosas me gustarían… pero en fin, es que este humilde escribidor es un completo imbécil. Sabedor de que quizá piense en imposibles y que el cambio, tiene que empezar por mí mismo.